QUEDARNOS CON IDEAS QUE A LO MEJOR NO SON LO QUE LA OTRA PERSONA QUISO TRANSMITIR SOLO NOS LLEVA AL DESCONCIERTO Y A LOS MALENTENDIDOS. APRENDAMOS A METACOMUNICAR.
El otro día me llegó por e-mail un video que me pareció de lo más cómico, pero que a la vez ilustraba unos de los problemas que tenemos los seres humanos en nuestra comunicación; los malentendidos. El video trataba acerca de un niño de edad preescolar que llega a su casa del colegio y le dice a su mamá: “Mami, mañana tengo que ir disfrazado de castor” La mamá pregunta: “¿De que?” El niño responde: “De castor”.
Luego se ve en el video como la mamá se pasa la noche entera creando, midiendo, recortando, cosiendo, el disfraz. Termina de confeccionarlo cuando se levanta el niño con el tiempo justo para prepararse para una nueva jornada escolar. Su madre le prueba el disfraz, le queda perfecto, y se van juntos en el auto al colegio. El niño orgulloso con su traje, la madre con la satisfacción que da la labor bien cumplida. En el camino el niño empieza a cantar: “Vamos castores vamos, vamos a Belén; vamos castores vamos, vamos a Belén.”
Analicemos entonces lo que ocurrió. El niño llegó y pidió un disfraz de castor. La madre le preguntó que era lo que necesitaba, pero no le preguntó para que lo requería. Puede ser que ella haya supuesto que harían una presentación de los distintos animales, o habrá supuesto que harían un show de castores. Ella supuso. Si hubiese indagado un poco más, a lo mejor se hubiera enterado de que al día siguiente harían un nacimiento viviente, y se hubiese percatado de que el disfraz que su hijo necesitaba no era de castor, sino de pastor.
Lo que ocurrió aquí es lo que llamamos comúnmente un malentendido y es lo que llaman los expertos la falta de metacomunicación. Y, ¿que es la metacomunicación? Es ir más allá de la comunicación. Consiste simplemente en cuestionarse lo que dijo la otra persona. Se refiere a como tengo que entender lo que me están diciendo, y si no entiendo bien el significado de algo debo preguntar para así aclararlo. Quedarnos con ideas que a lo mejor no son lo que la otra persona quiso transmitir solo nos lleva al desconcierto y a los malentendidos. Una manera de evadirlos es evitar el “yo supongo”.
Pero el “yo supongo” que ocurre en nuestra mente es uno de los problemas mas grandes de la confusión en la comunicación. Este “yo supongo” no tiene que ver solamente con lo que trata el video, en que la mamá no indaga sobre la palabra castor. Este ejemplo de lo ocurrido en el video es acerca de la comunicación verbal, es decir de palabras. El lenguaje verbal es todo lo que decimos, lo que hablamos.
Pero los seres humanos también nos comunicamos de forma no verbal, con gestos, posturas, miradas, es decir; el lenguaje corporal. Y el “yo supongo” es mas dañino cuando suponemos algo debido a la cara que la otra persona puso, a un gesto que hizo o porque se movió de tal o cual manera.
Pocas son las veces en las que preguntamos cuando no entendemos algo que nos dicen, ya que lo damos por supuesto; y menos son las oportunidades en que traducimos nuestro “yo supongo” de lenguaje no verbal. El lenguaje no verbal es en cambio todo lo que no hablamos o decimos con palabras, pero que lo hacemos con gestos, con miradas, movimientos o con posturas. Además indican nuestro estado de ánimo. Es decir, cuando nos quedamos con una idea acerca de un gesto, hay que indagar directamente sobre el gesto. Y de esto se trata, de metacomunicar.
En nuestro medio podemos decir que hay gestos que comunican algo específico, como por ejemplo:
• Boca en herradura hacia arriba: alegría
• Arqueo de cejas hacia arriba: alegría sorpresa;
• Fruncir mejillas y ojos: dolor
• Ojos semi cerrados: sueño
• Guiño de ojos: seducción, picardía
• Cejas para abajo frunciendo el ceño: enojo
Pero no quiere decir que estos estereotipos sean totalmente válidos, más aún, cuando son introducidos en la comunicación real pueden llevar a la confusión, ya que cada persona tendrá sus peculiaridades gestuales, se expresará de distinta manera y no necesariamente como los patrones culturales lo indican.
Pero hay una diferencia fundamental entre lo verbal y lo no verbal. Y es que lo verbal, lo que decimos lo pensamos. Tenemos dominio de nuestras palabras. Somos dueños de lo que queremos decir. Pero con lo no verbal la cosa se complica. Y es que los gestos en las personas son tan naturales, están tan arraigados que los hacemos sin pensar, y la mayoría de las veces no estamos concientes de ellos. Por ejemplo, algunas personas cuando hablan, gesticulan mucho con sus manos. Estas personas no están planeando cuanto moverlas, ni como moverlas, es espontáneo, y muchas veces incontrolable.
Pensemos que rico sería poder llevar todo esto a la práctica. Que la próxima vez que nuestros hijos lleguen del colegio y nos cuenten o nos pidan algo, indaguemos en lo que nos dicen para evitar los malentendidos; y para no quedarnos con lo que seguramente serían falsas suposiciones creadas en nuestra mente por no haber indagado un poquito más. Que la próxima vez que nuestra pareja nos conteste con un gesto que nos parece que no corresponde a sus palabras, le preguntemos, que fue exactamente lo que quiso decir. Que la próxima vez que en el trabajo un compañero nos diga algo, le preguntemos al respecto para poder comprender mejor a lo que se refiere. De esta manera, habremos avanzado un paso gigante, ya que la comunicación es parte indispensable de las relaciones humanas; entonces, ¿Por qué no trabajar en ella?
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